Tus ojos me miran en silencio.
Tomas un café para que se ahoguen tus nervios.
Enciendes un cigarro, aunque quizás no lo sepas.
Quieres decirme algo,
pero no encuentras la palabra del principio.
Haces un ademán inconcluso de querer hablar:
justo hasta que descubres
que la puerta de tu corazón está cerrada,
y la entrada de la compasión prohibida,
y la salida de los sentimientos censurada.
Te reiteras en tu silencio,
pero te das cuenta de cuánto te gustaría
escapar de tus leyes de piedra,
desparramar tus lágrimas,
rendirte a mi abrazo,
pedirme que te cuide…
Reafirmas el gesto adusto
mientras en tu interior exterminas
la sublevación de tu humanidad.
Tu mirada desalmada,
tus ojos altivos,
me siguen mirando en silencio.
Si fueran más libres tus emociones
y pudieran manifestarse sin pudor,
a borbotones puros,
ahora estarías desmadejada,
muerta de dolor,
deshecha en vida,
desbordando un llanto fértil que abonara el futuro.
Tus sentimientos contenidos se volverán contra ti;
serán un cáncer que mine ese corazón
que necesita expresar sus terremotos,
sus miedos de niña indefensa,
sus inseguridades perpetuas,
sus necesidades de comprensión y consuelo…
Te propongo que
disuelvas las murallas,
destierres el gesto seco de tu boca,
abras las compuertas de tus lagrimales,
expongas tu corazón al sol de la vida,
autorices la manifestación de las voces silenciosas,
te dejes morir para resucitar después,
y ames con todo ese amor tan censurado.
Francisco de Sales