Después de que mis ojos,
teñidos de deseo,
confundidos de lujuria,
hubieran recorrido tu cabello falso,
los ojos agazapados tras la pintura,
la boca que falsifica besos,
tus pechos más que maduros,
la cintura a caballo entre llena y fina,
y las caderas amplias y cansadas,
sólo entonces mi alma
te miró a los ojos del corazón.
Eras hermosa.
Recluidos,
o amordazados,
o confiscados,
cientos de sentimientos,
miles de sobresaltos,
millones de gotas de lluvia de llanto,
se apelotonan sin cuidado
en el fondo oculto
del lado oculto
que nunca muestras.
Detrás de esa sonrisa,
tan profesional,
aparentemente viva,
una dura mueca de tristeza,
hábilmente maquillada,
se muere por romperse.
La otra, la que eres tú, ni se asoma:
no está bien cotizada.
Te pagan tu actuación mediocre,
los gemidos fingidos,
el deseo falso,
y los halagos más que dudosos.
Te pagan tu mentira y tu dignidad
a precio de saldo.
No importa quién o cómo eres,
ni tu presente, ni tu pasado,
ni tus padres, ni tus hijos,
ni tus sueños, ni tu llanto.
De ese escaparate vivo,
oropel y bisutería,
todo apariencia y engaño,
se descuenta la persona,
se elimina el alma;
sólo se aprovecha el cuerpo
se omiten los sentimientos,
y se alquila una esclava.
Francisco de Sales