No puede ser…
apenas han pasado cincuenta años
desde la última vez que la vi,
pero la encuentro muy cambiada.
Diría un poco más mayor.
“Encuentro vivos tus eternos ojos de ónix,
tu mirada latiendo como el fuego,
el cuerpo deseable,
la boca siempre explosiva,
y presidiéndolo todo, la misma sonrisa imbatida”.
Eso es lo que le diré,
que no lo que pienso.
Aparenta ser más mayor que su propia madre,
casi como una abuela lejana,
la veo chocha en los desplazamientos,
insistentemente torpe.
Por mi parte, y ya que somos de la misma edad,
prometo no mirarme en un espejo
durante el resto de mi vida,
no vaya a ser que no pueda resistir
tanta sinceridad.
Francisco de Sales