Me diste un beso falso
y una mentira como excusa y razón.
“El trabajo”, dijiste.
Pero tu sonrisa era nueva y brillaba.
“Estoy agotada”, añadiste.
Y te fuiste a la ducha rápidamente
para borrar el rastro de un olor ajeno,
de un sudor que no era tuyo,
o para limpiar tu conciencia
y ahogar tus propios reproches.
Entraste en la cama muy encoloniada.
“Este trabajo me va a matar”, mentiste.
“Estoy agotada, hasta mañana”.
Y me dejaste enmarañado en las sospechas.
Malpensando, pero con acierto.
Muerto, pero respirando.
Supongo que rememoraste vuestro encuentro,
que paladearías sus besos,
escucharías el eco de sus palabras
y soñarías con él.
Yo me pasé horas despierto,
víctima de mis pensamientos,
desperdigado y sufriendo todo aquello
que emana de un corazón roto.
Nuestro pasado está lleno.
¿Cómo desocuparlo?
¿Cómo desahuciarte?
El amor y el dolor saben convivir.
Los llantos no siempre necesitan lágrimas.
Mi mente y sus desbarajustes no dependen de mí.