Todo el desconsuelo

“Volvemos a ser pobres cuando nos despertamos -dijo-

pero mientras dormimos somos como los demás.

Nada nos separa.

Puedo soñar lo mismo que cualquier poderoso”.

Le reconfortó la reflexión,

pero su rutina le esperaba:

las calles que recorrería

mendigando una limosna

o una migaja que le dieran

-aunque fuese usada-,

o una mirada con falsa empatía

pero sin compasión.

La calle,

su primer hogar,

era por donde paseaba sin ocultarla

su ausencia de buenaventuras,

sus ojos de luz apagada,

la pena imborrable en su corazón,

unas manos anquilosadas

y una vejez prematura.

No lo decía,

pero su presencia lo gritaba.

Todo él, todo,

era la muestra del desconsuelo.

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