Escuché unos grititos conocidos
entre la algarabía infantil
y supe que era ella.
Seis años llenos de fortaleza,
una fábrica de ilusiones,
un tren cargado de sorpresas,
una sonrisa definiendo su vida…
era ella, sin duda.
Grité Angélicaaaaa
para que supiera que ya estaba allí
y su cabeza emergió
entre las otras cabezas pequeñas
y me miró, incrédula,
me miró para confirmar que sí era yo
y entonces sus gritos se multiplicaron,
tiró lo que tenía entre las manos y corrió,
alocada y feliz,
a arrojarse en mis brazos,
a besarme y abrazarme.
“Papá”, dijo.
Con eso estaba todo dicho.