El espejo tuvo la desfachatez
-imperdonable y agresiva-
de darme la razón.
No tuvo en consideración mi destrozo,
las lágrimas que llevaba lloradas,
mis noches de tortura en vela,
la destrucción lastimosa de mi corazón,
y no tuvo la decencia ni el respeto
de devolver un rostro calmado
a una persona como yo, tan sufrida;
devolverme un rostro sin surcos en las mejillas,
sin aura de derrota.
Aquel que aparecía era yo mismo
pero después de mil batallas y mil derrotas.
Los ojos estaban muertos.
Yo estaba muerto.
Me dio la razón cuando no la quería.
No tuvo amor para mentirme.
Hay verdades tan duras que duelen.
El desamor duele.
La vida duele.