Sólo faltaba el aire.
Habían venido el toro de las mil sonrisas,
la corneja de ojos dorados,
la párvula reina de todos los corazones…
Si queríamos inaugurar el cuento,
sólo faltaba el aire de diminutas perlas
para que las letras muertas empezaran a respirar,
se abrieran las páginas…
y naciera el cuento.
Antes de que existiera como ahora,
encerrado entre hojas,
no conocía otro límite que mi imaginación.
Había crecido, poco a poco,
con las ideas de mi sueño y mi capricho,
dentro de la increíble existencia del pensamiento,
vigilado en sus confines
por la adusta seriedad de la cordura,
por la razón, la lógica y la coherencia,
todas ellas muros pétreos infranqueables;
todas ellas insobornables, sin fantasía, serias;
todas ellas fúnebres de risas, muertas.
Pero era tan amplio el espacio para sus juegos,
tan inmenso el sitio donde correr y crecer,
que nunca llegó a toparse con tan juiciosos límites.
Francisco de Sales