Por pura providencia,
o porque un torpe secretario
de la Oficina de Destinos
traspapeló mi expediente,
acabé en la otra parte del Mundo
abrazado a una mulata de ubres descomunales
y rebozado en la arena blanquecina
de una playa casada con el mar.
Porque no hay más remedio que aceptarlo,
acogí mi destino con humildad,
acepté ávidamente a la mulata,
escalé sus pechos una y otra vez,
y jugué con la arena en la arena.
A fin de cuentas,
pretender descabalgarlo de su empeño,
o ponerle zancadillas envenenadas,
no garantiza que el destino
deje de cumplir su destino.
Francisco de Sales