Luz, clemencia, mariposa, amor…
Sólo son palabras.
Algún insensato que se autodenomina poeta
las sublima y las junta con otras de su calaña
hasta formar entonados versos de excelencia.
Les da un baño rimbombante y las ensalza,
inventa un mundo que sólo existe en las palabras,
y luego,
cuando desmonta la poesía para reutilizar las letras,
las pone en otro orden y ahora ensalzan otras glosas.
No desmienten sus anteriores locuciones;
no reniegan de su composición en manos del poeta:
se limitan a agruparse, como pueden,
para dar sentido a su existencia.
Ya no añoran tu paso ni prometen lunas nuevas:
ahora lloran con amargura por otro amor distinto,
y las letras que se unieron para alabar tus ojos,
ahora hablan de lluvia y primaveras.
Con sólo cambiar la mayúscula
convirtieron a Rosa en una flor;
cuando se marchó la ese de sodio, dejó odio;
trás la separación de la te y la u, ya no estabas tú;
y yo, ya no soy yo:
la y volvió a Grecia y la o se juntó con una hache muda.
(Ahora viven entre signos de admiración,
y por donde pasan causan constantemente asombro: ¡oh!)
Francisco de Sales