Un dolor mínimo,
como un roce del dolor,
me produjo tu mirada.
Después me miraste otra vez
con tus ojos hurgadores
revolviendo mis recuerdos,
y me doliste más.
Luego tu mirada atravesó la mía
hasta clavarse sin respeto
en mi sagrado secreto,
y fuiste una lanza de fuego.
Al fin, muerto de dolor,
destrozado por dentro,
busqué urgentemente
cualquier huida,
pero todas pasaban,
inevitablemente,
por ti.
Francisco de Sales