Me deja la pena a solas con la lágrima.
Cualquier suspiro, hasta el más leve,
cualquier recuerdo de mi madre,
cualquier añoranza o nostalgia,
casi cualquier pensamiento,
llaman a la única lágrima que tengo.
Se asoma,
hace un amago de fuga,
pero se queda,
y acallada me acompaña en el sentimiento.
Luego,
la acaricio con cuidado,
y la empujo hacia dentro.
No quisiera perderla.
Es la única que no lloré
cuando Elisa se marchó.
Francisco de Sales