De entre todos los recuerdos
de su desmemoriada memoria
rescató uno polvoriento
del primer recuerdo que tenía de su padre.
No era bueno.
Él lloraba mientras su padre,
metido en el papel de verdugo,
le amenazaba con un cinturón
y con volver a azotarle.
Se quedó triste, serio.
Se sintió huérfano.
“Duelen algunos recuerdos”, dijo en silencio. “Duelen”.
Para compensar, intentó encontrar uno agradable.
No había.
“Duelen”.
Lloró.
Sin ganas al principio,
con rabia después.
Sintió de nuevo, con un dolor real,
un correazo en las nalgas.
“Hijo de puta”, dijo.
Y volvió a llorar.