Las yemas de mis dedos
aún recuerdan con precisión
la temperatura caribeña de tu cuerpo,
el tacto sedoso de tu piel,
la tersura de tus pezones erguidos,
tu pelo ensortijado,
la longitud de tu espalda,
lo mullido de tus labios,
el tobogán de tus piernas,
tu vientre sudoroso,
las nalgas bravas
y tu sexo ardiente.
Las yemas de mis dedos,
pero ahora sólo con la imaginación,
merodean tu entrepierna,
recorren misteriosos rincones,
se entretienen en tus labios,
te llaman,
te esperan.