Me despierto en el medio de la noche
y no sé quién soy.
Era, en el sueño,
mariposa, bucanero, corredor o bailarina.
Trastabillea mi pensamiento
mientras se busca en la cordura.
¿Dónde estoy?
¿Quién soy?
La habitación no alberga ni un rayo de luz
que alumbre mi consciencia.
¿Acabó el sueño o está empezando?
¿Sigo siendo niña o tengo ochenta años?
Tengo ochenta.
Qué cabeza la mía.
¿Se puede despertar del sueño de la vida?
No.
Qué cosas tengo.
Si pudiera seguir durmiendo…
Se me va la cabeza.
No quiero tener ochenta años
porque eso me condena a una muerte casi inmediata.
No viví,
a pesar de saber que tenía que hacerlo.
Quiero llorar.
No puedo.
Mis lágrimas están tan resecas como yo.
Mamá…
Mi cerebro es una máquina
de pensamientos inconexos.
Necesito que amanezca para volver a ser yo.
Ya no me queda cabeza para nada…
Mi padre se llamaba Alberto…
El sueño se apodera otra vez de ella.
Es tan poca cosa…
La vida la quiere y la cuida.
Esa misma vida que se va despidiendo de ella
después de toda una vida juntas,
porque la muerte le ha hecho una propuesta
irrechazable.
Francisco de Sales