Persigo con errado empeño
los versos brillantes,
y acabo conformándome, a desgana,
tan sólo con escribir una palabra grácil.
Incluso, me conformo con una coma bien puesta.
No tengo el don.
No abro las barreras de mi cordura
para que salgan a borbotones
sueños, magia, el amor y lo imposible.
No permito a las ideas fantasear,
ni a las frases volverse locas,
ni a mi pluma tener su propia inspiración,
ni a los versos explayarse.
Sólo permito los matrimonios felices
como, por ejemplo, amor y belleza,
y no autorizo que compartan línea avaricia y entelequia.
Soy escritor radicalmente ortodoxo,
exento de gracia y delicia,
compositor de ideas secas y tajantes,
como un paredón de fusilados,
como una piedra desangelada.
Y mientras me muero de envidia,
otros seres son felices
sintiendo que la voz de la poesía
se expresa a gritos en su interior.
A ellos les nacen poesías escalofriantes,
versos que casi naufragan en lágrimas,
las verdades ocultas de los corazones,
y el idioma florido de los enamorados.
A veces pienso
que más quisiera ser poeta que persona,
que la poesía fuera mi sangre,
y cada palabra que dijera, un poema.
Francisco de Sales