Entonces fue cuando escuchó la tormenta.
Y no a lo lejos: dentro.
No supo localizar si fue en la mente,
si en el corazón,
si en el almacén de los recuerdos.
Sonaba la tormenta y volaba un presagio.
Se avecinaba un caos de pensamientos
y una tragedia de sentimientos.
Se quiso poner a salvo de sí mismo,
de sus maremotos y terremotos,
pero le resultaba imposible huir.
Las fuerzas de la naturaleza
-las de su propia naturaleza-
son invencibles
y ante ellas sólo cabe la rendición.
No se rindió pero tampoco se opuso.
Su tormenta se acercó y acrecentó.
Ya era inevitable.
Y la afrontó.
También eso es vivir.