Y entonces llegó el miedo.
Se instaló aferrado a su mente.
Pensó en quedarse para siempre,
atemorizándole y aterrorizándole,
haciendo prisionera a su tranquilidad,
secuestrándole el optimismo,
instaurando un luto permanente
de salidas y horizontes cerrados.
Llegó un miedo de aguijones ponzoñosos,
cristales afilados,
sueños oscuros de finales funestos,
miedo intenso, opresivo;
miedo de alas cortadas y voz sin sonido.
Llegó el miedo asolando su futuro,
arrasando sus ilusiones,
sembrando caos y más miedo.
Paralizado,
por el miedo al miedo,
pensó en la muerte como única puerta de salida…
y la abrió.