Llegar a viejo

Qué dolor más hiriente,

e inevitable,

este de rendir la fortaleza

de todos los años precedentes

a las molestias persistentes de la mucha edad,

a la decadencia inevitable de la torpeza del cuerpo,

con una mente que ya no es lo que era

y ahora es una ingrata enemiga.

Cómo duelen las comparaciones

en las que uno siempre pierde

por inferioridad de condiciones

y por acumulación de achaques.

Cuánto duele el declive,

el cada día un poco peor,

el desencanto innegociable

y la muerte en un cercano horizonte.

Qué lejos queda todo lo ágil,

cuando no reinaban los dolores,

las carreras eran sin cansarse,

las escaleras de tres en tres,

la noches de plácido y continuo descanso,

la piel lisa,

el corazón fuerte y la vida viva.

¡Qué lejos queda el cuerpo bueno!

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