A duras penas sobrevivo
al vacío de tu ausencia
-puñal invisible y certero-
y al apetito de ti que no me deja solo
y al deseo de tenerte de nuevo
entre estos brazos hechos al llanto.
A duras penas sobrevivo
al mar embravecido de mis sentimientos,
dolidos y destartalados,
sangrantes y perdidos;
sentimientos de un futuro nada halagüeño
marcado por las heridas.
A duras penas sobrevivo
a este invierno que no me suelta,
a la llamada tentadora de la muerte,
a la deserción inminente de mi vida;
el infierno grita mi nombre
y yo le respondo “me rindo”.
A duras penas sobrevivo
esperando los milagros que no llegan,
buscando mi sonrisa perdida en la noche,
rastreando la fuga de mi alegría,
plantando pasiones que fructifiquen en mi presente,
poniendo sueños en mi vida.