No todos los días muero.
A veces,
la muerte tiene la decencia
de darme un día libre,
un día más de vida,
y entonces descubro encantado
sensaciones muy agradables
que no habitan en mi rutina
solo abierta a la tristeza
y a entierros de la alegría.
No es el pesimismo mi patria
pero sí mi residencia más habitual.
No me rescatan los dioses
de esta penuria de días sin vida.
Mis quejas se amontonan una sobre otra
en este Libro de las Lamentaciones
que Dios no se digna en leer porque,
aunque está lleno de palabras,
es un libro en blanco.