Tengo derecho
a quedarme en este desconsuelo,
este laberinto sin salida,
esta noche caótica
en la que mi alma dimite
y mi amor propio se exilia para siempre
y la tristeza se perpetúa
con razones bien fundadas.
Tengo derecho
a proclamar mis protestas
-con palabras o por escrito-
y airear mis entresijos
dando rienda suelta a mis quejas.
Tengo derecho
a quedarme con la lágrima colgando,
el corazón maltrecho,
la esperanza enterrada
y despojado de un porvenir bueno.
Tengo derecho
a callarme y a gritar,
a engordar mi desconsuelo,
a penar envuelto en llanto,
a no dar explicaciones
y a morirme en silencio.