Tengo en mis manos todos tus recuerdos.
Los acaricio o los rompo
según me alegren o me revuelvan.
Los dejo sobre la mesa
y quedan desordenados.
Algunos remueven mis sentimientos
y me provocan lágrimas tenues;
una de ellas cae sobre lo recién escrito
y la palabra recuerdos
empieza a diluirse en una gota
que se va tornando en tonos azulados.
Te estaba escribiendo.
Lo mismo de siempre.
Tristeza y todos sus sinónimos
se expanden por el texto.
“Te amé” se me repite una y otra vez.
Llorar, lloro, lloré y lloraré
aparecen en cada renglón de mi pensamiento.
Te fuiste pero te quedaste.
Te llevaste tu cuerpo,
no tu presencia.