La noche
llevaba varias horas
instalada en el cielo.
Él
llevaba las mismas horas
instalado en la ventana,
absorto en su distracción,
ausente de sí y de la vida,
con un pie en la habitación
y otro pie en la nada.
El silencio corroboraba su silencio.
Todo el ruido estaba en su interior.
Era el ruido de su vacío.
Nada.
Nadie.
Estaba siendo nada y nadie.
Una estatua que respira.
Un vacío con cuerpo.
Un muerto distraído.