Estaré receptivo
a la escandalera de la primavera,
al milagro de los amaneceres,
al ácido de las lágrimas,
a los silencios envenenados.
Siempre abierto
a las emociones irrespetuosas,
a los juegos de los niños,
al amor de cualquier color,
a las miradas más penetrantes.
Acojo amablemente
las palabras que no duelen,
las caricias más sinceras,
los hijos pródigos,
los latidos descarriados.
Hallan en mí consuelo
los amores que no llegaron a su destino,
los besos que no encontraron otra boca,
las cartas sin destinatarios,
los suspiros nocturnos,
los “te amo” que siguen diciendo las viudas
y cualquier abrazo bien intencionado.