El tiempo se estancó
apenas un segundo después
de que sonara el portazo
que rubricaba tu despedida.
“Adiós”,
bramaste poniendo
toda tu rabia en la palabra.
Y te fuiste.
Lloré.
He pasado los últimos tres años
de secano en mis lagrimales.
Hoy he vuelto a llorar
y esta vez no es por ti
Eso me ha gustado.
Es un llanto sin rencor.
Me ha dejado bien.
Tengo los sentimientos intactos.
Estoy preparado para amar de nuevo.
Y lo voy a hacer.