Predominan el azul intenso del cielo
y los indefinibles colores del mar.
La playa, en cambio, es de un tono aburrido, anodino.
El único sonido que no es de olas
proviene de un niño pequeño que corretea por la orilla.
Su madre es una atenta torre de vigía
cuya sonrisa explica su estado de felicidad.
El niño, único habitante en su mundo,
es el compañero de juegos del mar
en ese venir y volverse, y regresar y retirarse,
y llegar y morir;
ser primero ola y luego agua en fuga,
ser ola que ataca y luego escapa como asustada
por el pisotón inocente del niño
que parece no tenerle miedo.
Se gira y mira a su mamá,
que es un espejo que le devuelve la sonrisa.
Cuando sea un anciano y pise otra ola
se girará buscando eternamente a su mamá.
Francisco de Sales