Ardió el mar en un desaforado deseo:
huir del mar en busca del desierto.
O arrodillarse devoto en el Vaticano,
pasear sin prisa por los pasillos de El Prado,
contemplar un amanecer desde lo alto del Everest,
o comer tranquilamente un helado.
El mar, siempre enclaustrado,
siempre aprisionado por la tierra,
soñador incansable de nuevos rumbos,
rogador incansable de nuevos mundos.
Mar insatisfecho,
niño castigado sin recreo,
pataleta que acaba en maremoto,
manadas de olas furibundas.
Mar anclado al mar,
prisionero por destino.
Francisco de Sales