Me meces (memeces)

Repetir incansablemente la voz de la Alhambra,

como si una palmera estuviera de parto y callada,

como si el futuro fuera imperfecto pero no le importara

y mis ojos habitaran en el desierto del Sáhara;

así se despiertan las flores por la mañana:

con un regusto a sandía rancia,

sus pétalos añorando el olor de la lavanda,

y el tallo envidiando su talle de antaño;

los moros pelan cebollas mirando a la Meca, tan deseada,

los ojos llorando añorantes y expertos en vacías miradas,

mientras rezan canciones de amor enamoradas,

con final de guerras púnicas o batallas;

un jarrón mira a una guitarra,

quisiera tocar sus cuerdas bien tensadas,

comprobar la lisura de su espalda;

muere de angustia a las tres de la madrugada,

quizás de una indigestión de babas,

o por llorar sin guantes de lana,

o por pedir veneno a los Reyes de España;

En aquella ciudad imperial, egregia y romana,

Con pajarillos en los balcones y en las ventanas,

el final se anuncia al final de un párrafo,

justo tras la última palabra.

Francisco de Sales

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