Ya no sé qué hacer para perdonarme.
He intentado romper el círculo y el vínculo
que me mantiene a mi enemistad unido,
y sólo consigo el latigazo de la inclemencia
y otra vuelta a la tuerca, y otro nudo.
Ya no sé qué hacer para perdonarme.
Cuando me imagino abrazándome sin recelo,
y que un dedo sigue el rastro de una lágrima,
en sentido inverso, hasta encontrar el punto de partida
y origen de mis penas torpes, de mis líquidos lamentos,
entra un hacha en la imagen y corta el sueño.
Ya no sé qué hacer para perdonarme.
Yo mismo me pongo las zancadillas y me torturo,
yo me secuestro, yo me aniquilo, yo me humillo,
yo me arranco las alas y cerceno el futuro.
Yo soy el único que no me quiero.
Ya no sé qué hacer para perdonarme.
No soy capaz de comprender
que no es a mí a quien detesto.
Es al personajillo mezquino, al cobarde imperfecto,
al mudo y mutilado, lleno de complejos,
que calla y acepta sin poner remedio a tanto desprecio.
Ahora veo qué he de hacer para perdonarme:
Aceptar mis límites humanos, quererme sin miedo;
ser yo mismo, como soy, en todo momento;
ser partícipe en mi creación y mi descubrimiento;
ser feliz, amar, desamordazar las risas;
cambiar las estrellas fundidas,
re-colocar al sol en el cielo;
sacar del baúl de mis posibilidades
la pintura verde esperanza,
la pintura blanco puro, amarillo alegría, rojo fuego.
He de colaborar en el parto insonoro del hombre nuevo
que me llevará hasta mí, conmigo, a paso de amigo.
Francisco de Sales