Cuando pienso en las cosas importantes
no vienen a mí, de mi cosecha,
frases célebres,
pensamientos profundos,
o un discurso de cátedra,
sino que aparece un vacío insaciable
y un revoltijo de palabras desorganizadas,
rendidas al demonio del caos.
Pienso, por ejemplo, “la vida”
y escucho una procesión de dislates.
Por ejemplo,
que la vida es una varita mágica
en manos de un loco.
Y no sé si tiene verdad,
pero tiene sentido.
Otras veces, pienso “la vida”,
y entonces oigo dentro de mí:
excavadora altiplano bisturí
helado cuchara tren bola…
Así que las cosas importantes
no me tienen respeto,
y yo no tengo una filosofía
que abarque lo divino y lo cotidiano.
Por eso se inmiscuyen en mi cabeza
tantas palabras inconexas
que no son capaces de matrimoniarse,
con sentido,
para formar frases que,
en su esencia,
sean sabiduría o,
por lo menos,
mi experiencia.
Por todo ello,
cuando pienso en las cosas importantes,
las cosas importantes ya saben
que no puedo decir nada de ellas.
Francisco de Sales