Seducción

Seducción es tu religión,

y seducir, tus principios.

Mirarme,

desde tus pocos ventipocos años de mujer,

no de niña tardía.

Diosa encarnada,

cuerpo perfecto,

mirada prometedora,

sonrisa adictiva.

Llamarme

a gozar en tu grupa,

a investigar tus besos,

a encontrar en ti uno de los milagros de la vida.

Nuevamente atraerme

con el imán de tus ojos,

con las señales tan parlanchinas de tus miradas,

con tu aroma de mujer en celo.

Y caer,

por supuesto,

qué menos,

en las redes que tejiste,

en tus abrazos receptivos,

sobre tu cuerpo horizontal,

y penetrar en lo imprevisto.

Yo pasaba por allí,

por tu tela de araña;

acabé en tu lecho,

y a esto lo llamo milagro.

Recorrer con mis yemas arrugadas

la tersura serafín de tu piel,

el tacto liviano de tu pelo,

los caminos invisibles de tu cuerpo…

Volver a sentir terremotos en el deseo,

la vida alterándome entero,

la pasión alborotando los latidos…

Sentir de nuevo lo que se llevó el olvido,

este ser de nuevo un hombre entero

a mis infinitos años…

Llorar es lo segundo que quiero,

ensopar tu juventud altiva,

fertilizar tu cuerpo con mi llanto

tan querido y tan reclamado…

Llorar de dicha

y de amor tardío.

Sólo los hombres de mi edad saben lo que siento:

es revivir lo que estaba muerto,

sentir en las venas un torrente bravo,

multiplicarse los latidos del corazón,

el sexo altivo e hirviendo…

Que venga la muerte si quiere.

A poco más aspiro.

Esta maravilla difícilmente sería superable.

Dios existe,

grita este ateo.

Francisco de Sales

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