Ella. Nadie.

La abrazó

durante la brevedad

en que el tiempo puede escaparse

de la dictadura de los relojes.

La aprisionó con cuidado entre sus brazos,

como si fuese una mariposa,

con una fragilidad exquisita,

pero permitiéndose sentir la respiración de ella,

el calor caribeño de su cuerpo

y el latido desbocado de su corazón.

La miró a los ojos

que se convirtieron en paisajes;

merodeó por su cuello,

rozó la comisura de los labios,

paseó sus manos por el vientre,

escaló y coronó sus pechos.

Lo siguiente que hizo fue despertarse,

rememorar con detalle aquella irrealidad,

girar su cuerpo hacia el otro lado

y seguir soñando.

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