La mala hora de las cuatro

Las cuatro de la tarde.

Me siento languidecer.

Un aire pesado cargado de aburrimiento

me empuja a un estado tan ingrato

que la muerte es una opción a considerar.

Mi vitalidad es nada y nadie

en esta batalla descompensada.

La apatía es mi aliada

y la desidia la mejor de mis bazas.

A poco que un pensamiento lúgubre

aparezca por mi cabeza

seré presa, indefensa,

de este invierno perpetuo

-tal vez debí escribir infierno-

en el que me encuentro todo el año.

Aunque…

tal vez a eso de las cinco,

o las seis,

se marche este aire pesado

y regrese alguno de mis momentos buenos.

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