No supo hacer otra cosa
que marinear en tierra firme.
Tantos años mecido por las olas,
tantos mares a sus espaldas,
tantas noches en cubierta
y tantas añoranzas con olor a mar,
le habían forjado un carácter
indómito y fuerte.
Jubilarse no le vino bien.
“Quien nace en la mar quiere morir en ella”.
Se sentía orgullo de su frase.
Siguió levantándose antes de la madrugada
para despedir los barcos en el puerto;
siguió bajando a media tarde
parea verles llegar,
felices o tristes,
con sus capturas.
La muerte le llegó de improviso,
sin motivo ni explicaciones.
Su ausencia se nota en el puerto
y en la mar.
Sus cenizas se fundieron con las olas.
El mar lo lleva en su vientre desde entonces.
Y ambos son felices así.