Dijo algo incomprensible
pero quedó patente la angustia en su voz.
Parecía una oración de despedida
o una declaración de guerra
o la bendición de un cura anciano
o el eco del bramido de un dragón.
Nunca lo sabremos.
Después se hizo un silencio
que presagiaba melancolías o tsunamis
o el renacimiento del Mundo
o el descenso de Jesucristo de los Cielos.
Nunca lo sabremos.
Y entonces decidió marcharse.
Recogió del suelo sus cosas de mendigar,
el platillo con los céntimos,
su trapo que era mantel o mantita
y el letrero de TENGAN CARIDAD
y empezó a alejarse
mirando hacia atrás y hacia nadie,
farfullando oraciones o maldiciones
o diciendo adiós en sumerio
o despidiéndose de todos.
Nunca lo sabremos.