En la pared de mi salón
vive un reloj muerto
en el que las diez y diez,
de la mañana y de la noche,
se han eternizado.
A veces lo miro de reojo
esperando en cada mirar furtivo
el milagro improbable
de que las manecillas
dejen su inerte testarudez.
No tiene arreglo, pero no lo tiro.
A fin de cuentas,
como me hizo observar un amigo,
cada día acierta dos veces,
aunque por un instante,
la hora que es.
Francisco de Sales