Recuerdo
-y aún se mantiene caliente el recuerdo-
cómo durante aquellos diez escasos años
creía estar enamorado de ti
-tal vez realmente lo estaba-
y cómo amamantaba en mis ansias
el deseo de casarme contigo.
Recuerdo
que entonces no me pareció un disparate
que tú rondases los treinta y tuvieses marido.
Recuerdo
arder de pasión,
estar admirado y alelado por tu presencia
-eras alta y sonriente-
y hechizado por tu sonrisa,
y absorbido por tu mirada
y poseído por ti,
sin que tú lo supieras.
Recuerdo
las noches ardientes,
tu aparición en todos mis sueños,
los amaneceres tiritando
-de amor y no de frío-,
subir de tu brazo al altar,
besarte y desoír a la cordura
que quería separarme de ti.
Recuerdo
olvidarte
a pesar de mi oposición.
La sensatez hizo bien su trabajo.
Te recuerdo hoy
con un cariño más sosegado.
Despertaste mi capacidad de enamorarme,
y de amar,
en aquellos mis pocos catorce años de entonces.
Y te lo agradezco.