Los recuerdos indisciplinados

Cuando hurgo en los recuerdos,

o cuando ellos roban mi atención,

lo mismo me encuentro en una playa,

con sol, con sonrisas,

con otros niños y niñas como yo, jugando,

que me encuentro llorando, sin entender,

abatido sentimentalmente,

enfermo en la cama o en un entierro.

Y siempre dudo.

También mi memoria duda de sí misma

y los recuerdos se prostituyen

o se venden al ánimo de cada momento

y muestran su mejor cara,

o la oculta,

dependiendo de cómo me encuentre.

Hay veces que me empeño en ser selectivo

y sólo doy efímera vida a los brillantes,

a los felices, a los inmaculados,

que también los hay y los tengo,

pero algunas noches se me cruza lo negro

y parezco poblado sólo por desgracias y desdichas

y por todos sus sinónimos.

Repudio entonces a los bienintencionados amigos

que tratan de sacar lustre a mi biografía.

No les creo, les rebato y les niego.

No escucho sus arengas amables y ciertas

y le quito el brillo y los colores

al sol y a las flores de mi pasado.

Reconozco y admito mi derrota

ante los recuerdos agoreros,

esos que siempre andan enlutados,

con el corazón encogido

y la cabeza baja.

Desaparecen el primer beso que di,

el amor de mi abuela,

los juegos, el balón hecho de trapos,

mi caballo cojo de plomo, gris,

las fantasías que para mí eran ciertas,

el tacto amelocotonado de tu piel.

Me engañan o me engaño.

No sé porqué siguen vivos.

Y a veces ellos matándome.

Y a veces yo muriendo

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