Una habitación del Palacio Farnese.
Los agentes de Scarpia no han podido encontrar al fugado Angelotti, pero han detenido a Cavaradossi acusado de haberle ayudado a huir. Scarpia ordena torturar a Cavaradossi para que lo confiese. Poco después, Tosca escucha cómo su amado grita por el dolor…
Todo se dice en un italiano que no comprende. Mira la carátula de la casete y lee, por enésima vez, que Plácido Domingo es Cavaradossi, que Renato Brusón es el malvado Scarpia, y que Renata Scotto es la Tosca de quien él, también, está enamorado.
Hace poco que ha averiguado el argumento de la ópera, al leer un suplemento dominical en el Centro Recreativo y Cultural de la Tercera Edad donde habita la mayor parte del día.
Durante años creyó que los gritos de Cavaradossi eran lamentos debidos a que estaba enamorado de Tosca y había descubierto, con gran dolor, que ella le engañaba. Nunca pudo imaginar que se debían a que le estaban torturando.
Ahora, desde que lo sabe, se considera casi un experto en Tosca, y trata de impresionar a los que comparten con él el tiempo y la vejez, haciendo referencia constantemente a la ópera.
No le hacen mucho caso porque le tienen poco respeto a pesar de que desde que llegó al pueblo intentó convencerles de que era un marqués un poco venido a menos debido a esta democracia que no respeta la tradición y las grandes familias, a las que debían poner un sueldo vitalicio. Hasta le pidió al alcalde que rebautizara una calle con su nombre, seguido del inexistente título de Marqués de Rodomiel.
Han averiguado que vive estirando una miserable paga que le quedó por la jubilación anticipada como guardabosque en otro pueblo del que tuvo que salir corriendo cuando le reclamaron con más insistencia todas las deudas pendientes.
Nunca ha visto una ópera en directo, ni siquiera en la televisión. Sólo tiene esa grabación que ya ha escuchado, lo sabe perfectamente, doscientas venticuatro veces, en un reproductor de ínfima calidad, con un sonido que viene y va.
Sueña con poder acudir a una representación en el Liceu de Barcelona, que tiene la acústica perfecta, según opina el entendido que escribió el artículo del suplemento, pero tendría que renunciar a comer sus sopas durante dos meses enteros, así que se queda con la fantasía gratuita de endomingarse en su imaginación para tal evento, acudir en un taxi inglés que le deja ante la alfombra de la puerta, dejar una buena propina al taxista y un billete inolvidable a quien le abra la puerta, relacionarse con la burguesía auténtica, sentarse en el Palco Principal, y sumergirse en la gloria de escuchar las mejores voces y los mejores músicos.
En eso invierte parte del tiempo que tiene de sobra. Además, todos los días lee entero el periódico, hasta los anuncios, por eso sabe que dentro de un mes la Caballé, como dice aparentando soltura, será Tosca, y Plácido Cavaradossi la amará hasta que muera.
El mismo día que lo leyó, encontró una noticia curiosa: José López López, que comparte con él nombre y apellidos, es el afortunado ganador de la quiniela de la semana pasada, y se ha embolsado la suculenta cantidad de seiscientos treinta y seis millones de pesetas.
Ha recortado la noticia del periódico y la ha guardado en la caja fuerte que es su cartera, porque en el mismo instante que la leyó una miríada de ideas le inundaron. Algunas simpáticas, y otras aviesas.
Estuvo a punto de compartirlo con los otros jubilados, nombrándose ganador, pero cómo justificar después su pobreza… ¿disfrazándola de modestia?
Mejor, callar.
Aparecerían los amigos invisibles que se presentan cuando hay dinero. Esto lo sabía de sobra porque él había sido uno de esos.
Cambia la partida de dominó vespertina por un largo paseo en el que maquina qué puede hacer con esa coincidencia. No tiene interés en aparentar nada, concluye al final de la tarde.
Sólo hay una cosa que desea hacer antes de dejar este mundo: ver una ópera.
El día siguiente le despierta con una buena noticia: durante el sueño se ha cocido una idea excelente.
Parte de la premisa de que tiene poco más de trece mil pesetas en el banco, ha vivido lo suficiente, le asusta la época que está por venir en la que los achaques se le irán acumulando, la única mujer en su vida es Tosca…
En el plan que tiene todo ha de ser a lo grande.
Espera hasta el día dos en que cobra su paga. Coge el dinero y se desplaza a la ciudad. Alquila un traje. Encarga unas tarjetas en una imprenta rápida.
Solicita hablar con el gerente del Teatro. Le entrega su tarjeta y, como aval de su solvencia, el recorte de periódico.
El gerente pregunta qué puede hacer por él.
Quiere alquilar el Teatro para él solo; quiere una representación exclusivamente para él.
Está dispuesto a pagar un treinta por ciento más de la tarifa habitual que cobra cada uno de los cantantes, el coro, los músicos, los encargados del escenario, acomodadores… todos a su servicio durante ese día.
El gerente le habla de la dificultad de conseguirlo, y entonces, sin pestañear, ofrece doblar la tarifa.
Se compromete a hacer un pagaré por el importe total, “ya sabe que tardan un par de meses en pagar las quinielas”, dice, y le da de plazo hasta el siguiente lunes para que le dé una respuesta.
Regresa emocionado al pueblo.
El lunes vuelve a la ciudad y alquila otro traje. El gerente tiene una sonrisa que no tenía en la visita anterior.
Han aceptado.
La representación será dos días después de la última que se hace para el público.
El día acordado saca todo el dinero que tiene en el banco. Alquila otro traje, esta vez mejor que los anteriores, con sombrero de copa y zapatos de charol, pide a Radiotaxi que le envíen expresamente el taxi inglés que circula por la ciudad; estará esperando a las dieciocho treinta en la puerta del Hotel Meliá.
Ya ha avisado que quiere que salga alguien a abrirle la puerta, y ha insistido en que pongan la alfombra. Se gasta lo último que le queda en pagar al taxista y en dejar un billete inolvidable al hombre uniformado que le hace reverencias.
Ocupa el centro del Palco Principal.
El director da la orden de comenzar y se abre el telón, dejando a la vista el interior de la iglesia de Sant Andrea della Valle.
Las notas llenan el Teatro, las voces vuelan por el espacio, el drama se perfila. Tosca ama con la intensidad que a él le gustaría sentir.
Los inciensos marcan el final del primer acto, y él aplaude con intensidad.
En el segundo acto quedan patentes la maldad de Scarpia y el amor de Cavaradossi, y en el tercero, cuando Tosca se lanza al vacío tras sentenciar “Scarpia, nos veremos ante Dios”, se pone en pie. Está triste. Tosca tampoco será de él.
Todos han muerto: Cavaradossi, fusilado; Scarpia, asesinado; Tosca, se acaba de suicidar.
El estruendoso final marca el inicio de la etapa final de su plan. Tiene una pistola que le cogió a un hombre cuyo cadáver encontró durante su tiempo de guardabosque.
Se pone la pistola en la sien, y dispara.