La boda fue sencilla.
Sólo acudieron los padres de Tomás, su hermano, la tía Luisa con el tío Benito, Julia Colón, que tal como bromeaba al hablar de sí misma no se pierde ninguna boda, entierro, bautizo o comunión, y un pequeño coro de viejecitas desocupadas. Los padres de Eli no acudieron a la boda porque estaban en contra de que se celebrara.
Cuando les dijo que Tomás quería pedir su mano, como era costumbre, le dejaron muy claro que aquel muchacho no le interesaba, y le echaron en cara que se hubiera fijado en él habiendo tantos otros, que no tenía dónde caerse muerto y no se le veían pintas de que se fuera a espabilar, y le dijeron que ella no tenía necesidad de malvivir con aquel muchacho cuando no le iba a faltar de nada si se quedaba con ellos, y que mejor estaría soltera que casada con aquel haragán.
Primero la sedujeron con caprichos que disfrutaría si cortaba la relación; después, la amenazaron con enviarla a un convento; al final, la castigaron sin salir y controlaron sus pasos, pero a pesar de todo ello, o precisamente por todo ello, no sólo no desistió de seguir enamorada de aquel muchacho sino que cada día le quería un poco más, y cada día dedicaba la mitad de sus horas a imaginarse casada con él.
Para poder hacerlo tuvieron que esperar hasta el día siguiente del que ella entró en su mayoría de edad, porque no quisieron hacerlo con la urgencia de un embarazo, ni quisieron escaparse del pueblo como fugitivos.
Las campanadas sonaron sin alegría.
Llegaron a la iglesia andando, vestidos con ropa de calle.
El cura les casó a desgana, cumpliendo el ritual de un modo mecánico. A lo largo de la liturgia miró varias veces el reloj.
Prometieron lo que les dijeron que tenían que prometer.
No sabían que eso no era una garantía de felicidad, y que hasta que la muerte os separe a veces parece durar más que una eternidad, y que si el amor no se alimenta a diario se muere.
Se besaron cuando el cura les dio autorización.
Julia Colón fue la única que lloró. Era una auténtica profesional.
Eli era una romántica que había idealizado el amor. Le había puesto a Tomás algunas cualidades que no tenía, y había logrado engañarse con la mentira de que su amor era distinto de todos los demás, que sería feliz haciendo feliz a su marido, que siempre iba a ser joven y siempre iba a estar igual de enamorada.
Recibieron la bendición.
– Te voy a querer siempre –dijo él.
– Te prometo que te amaré siempre –dijo ella.
Celebraron la boda con un pequeño ágape en casa de los padres de Tomás. Medio kilo de gambas, dos platos de aceitunas, cosas de la matanza, y una docena de pasteles que enviaron del Ayuntamiento.
Las alegrías estuvieron brevemente representadas y fueron discretas.
Eli se esforzaba en tratar de contagiar su optimismo, con escaso éxito; proponía brindis por los presentes y los ausentes, y repetía insistentemente, como rezándolo para que fuera verdad, para que seamos felices.
No habría viaje de bodas, porque no tenían dinero. Consiguieron alquilar una casa en las afueras del pueblo, y la adecentaron del modo que mejor pudieron para que fuera habitable, pero carecía de los visillos bordados que había colgado mil veces con la imaginación, y no tenía la cocina coqueta que ella deseaba, ni el sofá con flores, pero tenía una cama que iba a estrenar esa misma noche, con sábanas de hilo y la colcha que le hizo su abuela; en la pared de su dormitorio había colgado un cuadro del Corazón de Jesús, su preferido, y unas cortinas bastas; habían instalado un armario al que ya habían trasladado la ropa de ambos, y luego estaba la ilusión llenándolo todo, los buenos deseos tiñéndolo todo, el amor aromatizándolo todo.
Poco después de las once de la noche se despidieron de los familiares y se dirigieron a su casa. Él cumplió el rito de entrarla en brazos, para tener suerte; la llevó de un tirón hasta la cama y pasaron su primera noche juntos.
Capítulo 2
Veinte de Enero de mil novecientos cincuenta y cuatro.
Eli le mira con dulzura.
La primera noche junto a él ha sido tal como imaginaba.
A partir de hoy cada mañana estará a su lado, y si se despierta antes que él podrá observarle con la mirada enamorada con que ahora le acaricia. Le ha destapado para verle mejor. Recorre su desnudez con las yemas de los dedos, con un cuidado exquisito para no despertarle. Le asombra el cuerpo masculino. Aún no lo conoce en su totalidad, así que lo mira despacio; antes de llegar a la siguiente porción deja grabada en su memoria cómo era la anterior.
Poco a poco, él se despierta. Abre un ojo, pero no está seguro de seguir soñando o haberse despertado, así que lo vuelve a cerrar.
– ¿Estás despierto?
– Creo que sí –susurra.
– Buenos días, mi amor.
– Buenos días, ¿llevas mucho tiempo despierta?
– Sí. ¿Vas a dormir más?
– No.
Retoman el amor y se enzarzan en arrumacos, se prodigan esas palabras empalagosas que sólo suenan bien entre enamorados, renuevan las promesas de amor eterno, y poco después se incorporan a la nueva vida.
Así pasan el primer año, en una nube que sólo se ve herida por la incomprensión de los padres de Eli, con los que no se hablan, y la inestabilidad en el trabajo de Tomás. Crece el desinterés de algunos agricultores por la falta de rentabilidad de los campos, y las máquinas usurpan el trabajo a los peones.
Cada día se plantean si tendrán que irse a otro lugar.
Poco antes de cumplir su segundo aniversario meten en dos maletas lo poco que tienen y se montan en un tren que les llevará hasta Bilbao.
Unos parientes lejanos les han dicho que hay trabajo de sobra, que se gana dinero, que serán bienvenidos; se ofrece a buscarles una casita en un barrio que han empezado a construir los propios emigrantes.
Les están esperando en la Estación del Norte. Les reciben con alegría y reiteran el ofrecimiento de ayudarles en todo. El camino hasta Mazustegui lo hacen andando, para economizar. No está lejos, repiten continuamente, pero tienen que andar casi una hora para llegar.
La casa que les han conseguido, provisional, en cuanto empecéis a trabajar buscaremos otra cosa, es peor que la que dejaron en el pueblo.
La primera noche duermen en un colchón en el suelo. Las sábanas son viejas, pero están limpias. El amor les calienta la noche de lluvias incansables.
Por la mañana se asean y salen juntos a buscar trabajo.
Ella empieza a trabajar en un bar ese mismo día, fregando y sirviendo comidas. Él empezará el lunes de peón en una obra.
Esa noche duermen ilusionados. Parece que se va a enderezar la vida, pero no es cierto. No es del todo como esperaban. Las previsiones optimistas se aplazan. Pasan los primeros años y siguen sin cambiar de casa. Han tenido que coger algunos muebles de la basura.
Los cambios de trabajo son constantes, no pueden ahorrar y siguen viviendo en la misma casa llena de humedades.
Aunque tampoco estaba en las previsiones, ha nacido Elisita, que les proporciona muchas satisfacciones. Y muchos gastos debido a una enfermedad que no terminan de resolver.
El carácter de Tomás se ha agriado, aunque el amor hacia Eli ha seguido creciendo. Ella es la alegría personificada, la que le contagia de ánimos y le promete cada día que a partir del día siguiente las cosas van a ir bien, la que le consuela las lágrimas que muchas noches derrama con cuidado y en silencio.
-Te quiero, Eli.
– Yo te quiero más.
– No te estoy dando lo que te prometí. No tenemos nada.
– Nos tenemos a nosotros, y tenemos a la niña. ¿Para qué queremos más?
– Mira dónde vivimos.
– En un Palacio de pobres. Duérmete que es muy tarde.
Después se agravó la tremenda enfermedad de Elisita, lo que les quitó el poco ánimo que les quedaba. Eli tuvo que dejar los trabajos ocasionales para dedicarse a cuidarla.
Tomás las mantenía mal, con lo que podía sacar de trabajos miserables. Cuando por fin encontró algo que parecía bueno, y llevaba un poco tiempo pensando en el fin de la fatalidad, dejaron de pagar en la empresa y siguió trabajando durante cuatro meses sin cobrar, por problemas que se iban a resolver enseguida, pero cerraron y se quedó sin su dinero.
Para entonces ya se habían gastado la nada que guardaban y tenían deudas en la farmacia, en la tienda de ultramarinos, con los pocos amigos…
En un momento de desesperación escribieron a sus padres pidiéndoles ayuda. Los de Tomás no tenían ni para malvivir. Los de Eli contestaron con otra carta, en la que escribían, con letras mayúsculas, NO ERES HIJA NUESTRA.
Capítulo 3
Entonces comenzó la parte más dura del declive.
Nacieron otras tres niñas.
Tomás sólo encontraba trabajos ocasionales, para un día y mal pagados. Las instituciones de caridad sólo podían cubrir una pequeña parte de los gastos. El destino se tiñó de un negro irreductible. El futuro no se atrevió a prometer nada bueno.
Una noche en la que no consiguen hablar otra cosa que no sea una queja de las todas que se han dicho antes, en la que los silencios pesan y duelen, Eli se atreve a decir, como si fuera un pensamiento en voz alta que se le hubiera escapado a su desánimo, que ya lo único que le queda por hacer es meterse a puta.
Aunque parece que la idea ha nacido de la desesperación, que es un grito de enojo, que es una frase hecha que sólo expresa la rabia pero no va más allá, en realidad es una idea a la que ha dado muchas vueltas.
Ha visto la única ventaja: el dinero que les traería, y lo que eso les iba a solucionar, y ha visto todos los inconvenientes. Ha sopesado lo que tendrá que hacer con los hombres que le pagarán. La primera vez que pensó en ello acabó vomitando.
Volvió a pensarlo porque no encontró otro remedio para la situación que están viviendo. Quiere darles a sus hijas algo mejor de lo que están teniendo. Quiere que no le falten medicinas a Elisita, y que la atienda el mejor médico de España o del mundo. No quiere seguir oyendo las toses fatales, ni quiere verle esos ojos de tormento, ni oír que le diga de nuevo lo que le pidió cuando cumplió seis años: déjame morir, mamá.
Así que cada vez que piensa en meterse a puta, como único remedio que encuentra, y cada vez que piensa en decírselo a Tomás, a quien ama con locura, y cada vez que piensa qué pasará si sus hijas se enteran, cómo va a ser capaz de seguir mirándolas a los ojos, cogiéndolas en brazos, diciéndolas te quiero con el alma manchada y la conciencia en otra parte, entra en el laberinto del que no sabe escapar, ya que todas las salidas le parecen malas.
Pero las circunstancias le empujan y parece que no puede hacer nada en contra de lo que un destino cruel ha previsto para ella. Para ellos.
Tomás le grita que está loca, que no se le ocurra decirlo ni en broma, que él saldrá por la mañana, antes del amanecer, y removerá el mundo hasta que aparezca un trabajo digno, que hará lo que haga falta para encontrar algo, y si no lo consigue hará lo que haga falta, lo que haga falta, te repito, pero tú no vas a hacer eso y a nuestras hijas no les va a faltar de nada.
Grita por primera vez en su vida una blasfemia, y luego hace el juramento de que nunca volverán a estar tan mal como están, que nunca les faltará de nada, dice de nuevo, que hará lo que haga falta, dice otra vez, pero no volverán a vivir en esa indecencia de vida.
Acalla a besos y abrazos el momento en que ella le quiere decir que lo hará por ellos, que nunca dejará de quererle, que cuando esté con los hombres dejará que usen su cuerpo pero nunca su cariño, nunca caricias, nunca un beso, nunca nada de lo que no sea lo mínimo imprescindible; nunca compartirá lo que es solamente de ellos. El amor es sólo para ellos, quiere decir, pero él la envuelve en sus brazos, la arropa con su cuerpo vencido, saca de la nada una fuerza y una decisión que le transmiten confianza en que todo se va arreglar y no tendrá que ejercer ese oficio de mierda.
Se duermen abrazados.
Comparten un sueño en el que la vida se esmera con ellos, el destino repara todo lo que les ha hecho y se compromete a solucionar los desperfectos causados, la felicidad se muestra contenta por haberles recuperado, el sol les dedica sus más ardientes caricias, las flores les sonríen a su paso. Lástima que sea sólo un sueño.
Tomás se despierta antes de que amanezca.
Le deja un beso en la boca. Ella le sonríe y le desea buena suerte.
Besa a las niñas una a una. Se entretiene en fijarse en sus cuerpos quietos. Las mira con unos ojos que piden disculpas.
A las diez de la noche regresa derrotado, la moral rendida, los proyectos rotos, pero saca de la nada una sonrisa falsa con la que pretende animarles y animarse. No hubo suerte. Nada de nada. Promete que el día siguiente será el gran día.
Pero no lo es.
Los días siguientes tampoco son el gran día.
Eli le asegura que la decisión está tomada y es irrevocable. Él deberá quedarse en casa al cuidado de las niñas y ella comenzará a trabajar en la calle Las Cortes, donde paseará las aceras ofreciéndose.
Tomás llora durante toda la noche. Es un llanto que rompe el alma de Eli, pero no ablanda su decisión.
Durante todo el día no se hablan. Tomás sigue llorando, sufriendo su sentimiento de fracaso. A media tarde Eli coge la bolsa en la que ha metido un vestido que ha acortado hasta hacerlo provocador. Besa a sus hijas mintiéndoles que regresará pronto.
Antes de salir se para frente a Tomás.
– Si te marchas, me suicidaré –dice él.
– No puedes hacerlo: tienes que cuidar a las niñas. Te quiero -dice mientras le besa en la mejilla- no olvides que te quiero. Haré esto porque te quiero. Pensaré en ti todo el tiempo.
Sale a la calle.
Su corazón destila un llanto huérfano que no tiene quien le consuele.
Por dentro se muere.
Sigue caminando con el pensamiento desocupado. Sabe que si vuelve a pensar en lo que está a punto de hacer se volverá a casa, se abrazará a todos, y luego se arrepentirá el resto de su vida. También sabe que se arrepentirá de lo que va a hacer, pero tiene que hacerlo.
No puede evitar que le ataquen algunas imágenes a traición. Su madre se presenta regañándola, ya te lo había dicho, ves, me tenías que haber hecho caso, su padre la mira de arriba abajo y la maldice, su suegra llora, sus amigas la critican, aparecen escenas del día de su boda pero son del color del luto, un cura le promete el fuego eterno, una estrella le compadece, una desconocida le escupe… la imagen de ella misma es la única que le abraza, le promete cuidarla, la acepta como es y se compromete a estar a su lado pase lo que pase, para siempre.
Esta vez el llanto se manifiesta abiertamente, y algunas personas se giran al cruzarse con una mujer que solloza sin esconderlo, sin consuelo, sin fin…
Llega a la calle de Las Cortes, entra en El Gato Negro, el bar de alterne de más categoría, se cambia de ropa, se pone el disfraz de la puta que nunca va a ser, se implanta una sonrisa, cambia a Eli por Paqui, que le suena bien, y antes de cinco minutos ya está subiendo las escaleras que le llevan a una pensión, seguida por su primer cliente.
Cuando éste le pregunta el motivo de las lágrimas dice que es una conjuntivitis que no se termina de curar, y que el humo del local le afecta mucho; pone una sonrisa en la que esconde los nervios, el miedo, las ganas de salir corriendo, las oraciones, el sufrimiento que le produce tener que entregarse al hombre que ha contratado su cuerpo, que le está urgiendo a que se desnude mientras ella trata de recomponerse y de alargar el momento; se está desmoronado. Se había mentalizado, se había desnudado con la imaginación muchas veces para conseguir una naturalidad que es imposible; inocentemente le pide permiso para apagar la luz y el dice que quiere verla bien, que para estar a oscuras se queda con su mujer. Le toca los pechos por encima del vestido y ella salta hacia atrás instintivamente. Él se pone serio. Le recuerda que le ha pagado y que puede hacer con ella lo que quiera, y para que le quede claro le mete la mano por debajo del vestido y la manosea torpemente. Esta vez no se molesta en echarle la culpa a la conjuntivitis por las nuevas lágrimas, que se desparraman sin orden por su cara, y se desnuda en medio de una abundancia de sentimientos que se desbordan dolorosamente.
Mientras él la recrimina por el poco interés que está poniendo, ella, en la ausencia, se dedica a rememorar sin poder evitarlo la primera vez que hizo el amor con Tomás, y piensa en él, en ella, en la inexperiencia con que afrontaron aquel momento… echa en falta la ilusión que puso en aquella vez, y aunque el cliente le vuelve a insistir en que sea cariñosa, y le ordena que le bese, ella no lo hace. Besos, nunca.
Capítulo 4
Toda la noche es un trapicheo, un subir y bajar continuo.
Se sorprende de las cosas que le piden los hombres, pero lo acepta todo menos besar y entregar su cariño, como prometió.
Uno de los que se acercan a negociar con ella llega un poco bebido. Los ojos le brillan de un modo artificial. La mira de arriba abajo. Se pasea por su cuerpo, al que quita la ropa; se la imagina desnuda y realizando todas sus perversiones. Es una mirada que ataca la dignidad, que la menosprecia hasta el escalón de objeto, de animal, de agujero húmedo… La mira sin hablar; ella le sonríe al principio pero la situación se hace insostenible, doliente; lee los ojos y se da cuenta de que lo que para ella es importante, su decencia, su vergüenza, su honradez, su amor de madre y esposa, para él es nada: no le importa.
Con un poco de dinero la puede someter. Con un poco de dinero la obligaría a rendirse y esclavizarse; accedería a su pudor y lo destrozaría sin respeto; entraría en el cuerpo secreto que reservó para Tomás, sobaría sus pechos; con un poco de dinero ella le pertenecería durante unos minutos.
Se va, pero la deja trastornada.
Creía estar inmunizada pero está comprobando que es más duro de lo que supuso.
De todos modos, se ha prometido no permitir que nada le afecte. Al final de la jornada se dará una ducha que la purificará, y borrará de su memoria hasta la última palabra y la cara de cada hombre.
Cuando llega a su casa, son las cinco de la madrugada.
Ha cogido un taxi porque a esas horas le da miedo andar sola por la calle y ha ganado bastante dinero como para permitírselo. Un dinero fácil muy difícil de ganar. Le pide al taxista que no la lleve hasta el mismo barrio porque quiere evitar que la vea algún conocido, así que se baja un poco antes.
Camina rápidamente.
Quiere y teme llegar a casa.
Sabe que Tomás estará despierto, pero no teme los reproches, sino hallarle con los ojos rojos, el llanto agotado, el alma desgarrada, la cara afligida con la mueca petrificada por una seriedad adusta y reconcomido por el pesar inconsolable de sentirse fracasado.
Así le encuentra.
Él calla todas las preguntas que se ha hecho; calla el monólogo monotemático que se ha desarrollado en su interior durante tantas horas. No dice nada de cómo se ha martirizado imaginándola con tantos hombres, desnudándose para ellos, que la habrán profanado, el mejor ser humano, inmejorable esposa, insuperable madre, capaz de ese sacrificio, y sólo se habrán vaciado en ella impunemente, en un desahogo de urgencia, y donde antes sólo hubo pureza y amor, ahora habrán dejado una marca imborrable.
Se le escapa una lágrima mientras la mira en silencio.
Ella cree que es mejor no hablar, para no hacerle más daño, así que se limita a decirle te quiero cuando se mete en la cama. No lo olvides nunca, añade un minuto después.
Con eso le rompe los frenos; la abraza y la besa con fuerza, con pasión, con amor, con angustia, con miedo, padeciendo un balanceo descontrolado de sentimientos en el que se alternan los opuestos con la misma intensidad. Te amo, dice una y otra vez, te amo, te amo, no puedo vivir sin ti…
Sólo el agotamiento consigue poner fin a ese vivirse con pasión.
Poco después las toses de Elisita les despiertan.
Tomás, para no quedarse a solas con ella y tener que hablar de lo que ha pasado, se empuja a la calle con la fe desconcertada; sabe que tiene que encontrar un trabajo para evitar que sea Eli quien lo haga, pero no tiene esperanza en nada ni en nadie. Nunca va a hacer lo que haga falta, como gritó, porque su conciencia es demasiado honrada.
Está tan ofuscado que se le olvida volver a casa para comer. Deambula perdido en su propio mundo perdido. Es un fantasma confundido que no sabe hacia dónde encaminar el siguiente paso.
A media tarde toma conciencia de que no ha conseguido un trabajo y se ratifica en la seguridad en que nunca lo va a conseguir. Piensa que es el momento en que debe volver a casa para hacerse cargo de las niñas, y por lo tanto el momento, y se le rompe el alma, en que Eli se irá a trabajar. En medio de su desesperación se entretiene en cambiar en su pensamiento trabajar por venderse. Alquilarse, piensa después, para intentar consolarse, pero no lo consigue.
Cuando llega a casa Eli está preparada para salir. Le recuerda que le tiene que dar el jarabe a Elisita cada tres horas, y le pide que vigile a la pequeña, que tiene un poco de fiebre, y que le haga hablar a Inés, que está un poco taciturna porque la noche anterior no estuvo con ella para contarle el cuento que inventa cada noche.
Se despide de los cinco desde la puerta. No tiene el valor de volver a mentir que regresará pronto. Os quiero mucho, dice, y lo rubrica con un beso que pone en la palma de la mano y esparce por la casa con un soplido.
El camino vuelve a ser una repetición del mismo desconcierto y desconsuelo del día anterior.
Tomás no puede ocultar su abatimiento, y son sus hijas quienes le abrazan y tratan de consolarle.
Capítulo 5
Los días que siguen son una repetición.
Tomás se hunde cada vez más en una depresión de la que no sabe sacarse. Su estado es de un pesimismo casi crónico. La luz no le penetra, la esperanza dimitió hace tiempo, Dios está maldito y desterrado de su vida.
Una noche especialmente difícil, a eso de la una, se levanta de la cama y viste a las niñas. Mete a las dos pequeñas en el cochecito y a las otras dos las hace andar hasta llegar a la calle Las Cortes. Escondido tras una esquina busca a Eli con la vista nublada. El corazón supera el máximo ritmo razonable. El dolor le obliga a mirar mientras la razón trata de arrancarle de allí. Las niñas le preguntan qué está pasando, papá.
Llora, grita por dentro al verla hablando, sonriente, con un hombre; se convulsiona y cae al suelo padeciendo los retortijones de su espíritu que se despedaza. Llora su desdicha inconsolable. Lloran sus hijas. La gente se arremolina a su alrededor. Usted está loco, ¿qué hace a estas horas en este sitio con las niñas? El escándalo atrae también a Eli, que se destroza al verles, que chilla como si le arrancaran el alma, que se abraza a sus hijas con la agonía de la vida que se le está yendo en cada respiración, en cada gota de llanto, y enloquece sin saber quién es ni dónde está ni por qué la vida tiene la crueldad de ensañarse con ellos. Así que aunque la gente trata de levantarla, ella permanece en el suelo aferrada a Tomás, a las niñas, lo que es su vida, lo que más quiere, por los que está metida a puta.
Capítulo 6
Un taxi les lleva a casa.
Poco a poco, una calma incierta se ha ido expandiendo por la casa. Las niñas duermen, inquietas, menos Elisita que tose sin parar a pesar de la doble ración de jarabe. La han acostado entre ellos.
Hay tanto por decir que sólo puede decirlo el silencio.
El amanecer entra despacio por la ventana.
Se sorprende del revoltijo de emociones que pululan por el aire acongojado. La casa es un calvario que huele amargo. Pena y pena. Trata de alentarles con rayitos de luz pero no lo consigue.
– ¿Qué vamos a hacer, Eli?
No lo sabe. Está pendiente de encontrar una explicación para cuando sus hijas pregunten por lo que pasó la noche anterior. No sabe a qué palabras encargarle tan delicado asunto, ni qué hacer. Decide que lo primero es reinstalar la normalidad en la casa. Con el dinero que ha conseguido podrán ir tirando una temporadita.
Eli plantea regresar al pueblo. Dice de ir a casa de sus padres y arrodillarse ante ellos, y rogar su perdón y su ayuda, pero arrepentirse de haberse casado con él, nunca.
– ¿A pesar de la pobre vida que te doy?
– No me arrepiento.
– ¿A pesar de lo que has tenido que hacer?
– No me arrepiento.
Tomás decide que no le permitirá pasar por ese trance. Primero irá solo y cuando tenga algo resuelto volverá a buscarlas.
Capítulo 7
Una semana después se presenta en casa sin previo aviso.
Es el Tomás radiante que ella conoció un día muy lejano.
Sonríe y derrocha besos.
Trae cinco paquetes envueltos con papel de regalo, y la mejor de las noticias: ha encontrado un trabajo seguro, una casa decente con tres habitaciones y un pequeño huerto. Trae una carta firmada por los padres de Eli, con algunas letras emborronadas por lágrimas, en la que le piden perdón, un perdón grande para que puedan seguir viviendo, el ruego de poder abrazarla, el deseo de poder entregar su cariño inexperto a las nietas, el ofrecimiento de su amor sin condiciones, ese amor que ha necesitado que no estuviera ella para darse cuenta de cuánto y cómo la querían…
Elisita, milagrosamente, se curó con el aire brillante del pueblo.