Inés.

He pensado en saltarme todos los protocolos, y desterrar las palabras mil veces copiadas para hablarte de lo que me está pasando.

        Para no distraerme, y no ser distraído, he encargado al contestador automático que comunique mi falsa ausencia, he dejado regadas las plantas, he cerrado las ventanas, y me he sumergido en tu recuerdo inmaculado.

        Luz. Una luz azul, si es que eso puede ser, ha sido lo que he sentido al pronunciar tu nombre en mi pensamiento. He abierto los párpados, he cogido la pluma que me regalaste, y he escrito doce veces tu nombre. Pero no ha sido suficiente para fundirme en ti.

        He ido al dormitorio, he apresado con ansia el jersey que te dejaste olvidado, y he cobijado mi cabeza en él, hasta casi asfixiarme, en la búsqueda del rastro perdido de tu olor inconfundible.

 Ahora ya te siento, Inés.

        Tu nombre se ha escapado del folio donde estaba escrito doce veces y ha penetrado en mi alma sin respeto, a llenarme de sensaciones; los doce nombres iguales han llegado al lugar de sentir, y han despertado sentimientos plenos, emociones que sólo he sentido en tu presencia, vibraciones ilusionadas que tú me has contagiado…

        Me siento como el enanito mudo, por no poder comunicarte lo que pasa dentro de mí y tener que conformarme con desparramar en este folio palabras que ni siquiera se aproximan a la realidad de lo que tú consigues que nazca en mí.

        Es tu ausencia la culpable de que no pueda tocarte ahora, ni besarte, ni dejar balbuceos en tus oídos.

        Ansío el día de tu regreso.

Vuelve para comenzar nuestro futuro; ansío el sabor a naranjas de tus pechos, la cadencia de tus palabras, tu presencia serena; ansío viajar con mis besos desde tu cara a tus pies: sé que mides veintiséis segundos.

Veintiséis eternos segundos que ya he recorrido alguna vez y deseo repetir.

        Me gustará que cuando termine esta carta te escapes de donde quiera que estés y vengas volando a mi lado.       

 Yo dejaré nuestro nido abierto para recibirte.

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