Cambia…
me decías;
cambia…
me pedías.
Cambia…
y yo me mantenía aferrado
a un no sé qué
que me ofrecía nada
y esa nada me daba.
Cambia…
insistías,
ilusionada o enojada,
y yo no cambiaba.
Maldigo,
desde esta rabia tan sentida,
no haberte escuchado
y no haber comprendido
la súplica y la advertencia
de la palabra.
Francisco de Sales