Míranos.
Mis catorce años aún tiernos
recostados desnudos
sobre tus hermosos setenta.
Soy feliz.
Este era mi mayor deseo:
poder sentir tus latidos
y jugar con el vello de tu pecho;
tienes tu mano en mi cintura
y en mi oído está tu respiración;
deseaba, también,
dejar un beso en tu cuello,
un recuerdo imborrable en tu memoria,
una flor en tu corazón,
sonreírte
y decir “te amo” sin palabras
porque no quieres que te ame.
No quieres que confunda
mis emociones con mis sentimientos
o mis deseos con el amor.
Mi corazón sabe lo que quiero.
Te quiero.
Te amo.
Te deseo.
Eres yo.
Soy tú.
Quiero tu vida en mi vida.
Me gusta cómo cuidas mi corazón,
cómo lo alimentas,
cómo haces que me encuentre conmigo
a través de ti,
que me descubras mi mundo,
que me ayudes a ser yo.
No te amo yo:
te ama mi corazón,
o mi alma, o mi todo, que es mi Ser.
Míranos.
Tu amor contenido y el mío desbocado.
Te amo, te amo, te amo.
Te lo digo para que te pongas colorado,
para que aprendas el idioma del corazón
y te atrevas a hablarlo.
Dilo… te amo… prueba.
Que tu voz enmudecida
diga tus palabras prohibidas:
Te amo, eres mi amor negado,
mi amor secreto.
Sonrío.
Me manejo mejor que tú
en el mundo de los sentimientos,
amo con soltura,
sin tus inútiles prevenciones,
sin miedo,
sin preguntarme qué pensarán.
¿Quién le puso condiciones al amor?
¿Quién le dice al amor a quién tiene que amar?