El pasado no es un cementerio pacífico
en el que reposa plácidamente todo lo sucedido;
algunos de esos sucesos están más vivos
que cuando estaban vivos.
Las cosas que fueron incineradas no tienen espacio.
Las que no fueron importantes no dejaron ni sus huellas.
Las que hierven de ira están muy presentes.
Las dolorosas siguen supurando.
Las decepcionantes aún no se han recuperado.
Los daños que sintió el ego, siguen muy vigentes.
El pasado es, de algún modo,
un presente puesto en otro sitio.
Un espacio donde reina la memoria en solitario
atesorando selectivamente recuerdos.
El pasado es una piedra, un patíbulo,
a veces campo floreado, a veces infierno vivo,
arco iris, vacaciones, lágrimas, enamoramiento, infancia,
suplicio, noches de amor o desamor, silencios, padres,
entierros, paseos por la playa, “te quiero”,
inviernos cobijados por los veranos.
A veces me parece que es el pasado
y no el presente
quien nos mantiene vivos.