Por fin pudo hacerlo:
espantó las cenizas de la guerra
y pintó una primavera agradable,
sembró mariposas amarillas,
aplicó un nueva capa de azul al cielo
y sólo entonces respiró calmada.
Llegó obedeciendo la petición
de la voz desesperada,
de los llantos repetidos,
de las súplicas desquiciadas
de las oraciones a todos los santos.
Reconquistó el que fue su terreno
antes de que se enamorase,
equivocadamente,
de aquel infierno llamado Luis,
un terremoto disfrazado de hombre,
corazón sin alma,
eficiente destructor.
Ella le echó de su vida
y entonces llegó la paz.