Querida Nuria:
Te añoro.
Podría resumir en este escueto mensaje el revuelo de emociones que me invaden y me asolan cuando pienso en ti, pero sería faltarles al respeto y no apreciar el esfuerzo que hacen embriagándome, aún a mi pesar, destartalándome, sin recato, bamboleándome, sin piedad, llevándome desde el amor más tierno a la añoranza más doliente, y no quiero privarte de compartir estos temblores, por lo que he decidido coger la pluma que descansaba en el cajón del olvido, unos folios para que recojan esto que escribo, y he puesto una música de violines en el tocadiscos para reblandecerme aún más, si eso es posible.
Aún no se ha secado la última de las lágrimas que he llorado cuando te veía marcharte, asustada, agitando la manita a través de la ventanilla, y ya me siento a añorarte, a reflexionar sobre lo que va a ser de mí sin ti, y encuentro cosas que me asustan, pero no sé cuánto, porque no sé cuánto voy a sufrir.
Así es la vida, me miento para calmarme.
Pero no lo consigo.
Ahora vivirás lejos de aquí.
Deseo que la distancia que nos separe sea sólo en el mapa y no en el corazón.
Sólo tienes cinco años, me digo cada vez que pienso en ti, y no te vas a enterar de muchas de las cosas que vayan pasando, así que te sentirás confundida, y será difícil que comprendas que si no estoy contigo no es por falta de deseo, sino porque tu madre ha decidido reiniciar su vida donde estarás a partir de ahora.
Ya empiezan a rondarme la nostalgia y la rabia, peleándose entre ellas por llevarse el máximo protagonismo, y me van presentando, por enésima vez, las imágenes que ahora pertenecen al pasado, burlándose de mí por las cosas que no vamos a vivir juntos.
Me perderé tu somnolienta sonrisa al principio de cada despertar, y ese buenos días, ronco, que es un gruñido domesticado, y cada triunfo tuyo cuando dices, satisfecha, que no te has “meao”, y que ya eres mayor.
Ya no jugaremos a que soy tu vecino, o sea que no iré de visita a la habitación que conviertes en tu casa, y no podré comer las “tomidas” que me preparabas, ni beber tus “tafés” acompañados de pastas invisibles.
Cuando te vuelva a ver me habrán robado muchos ratos que debería haber pasado contigo, y sólo estaré lleno de tu ausencia, huérfano de tu compañía, con el corazón temblando en una penuria de cariño, y más muerto que vivo.
Pensar en esto me produce tensión en los ojos, que se mueren de ganas de llorar, y me implanta un rictus apenado, rígido, que no se deshace ni siquiera con la rememoración de todos los buenos momentos que hemos pasado juntos.
Acuso al dios correspondiente por este error suyo, por este gran disparate, pues el Dios de mayúsculas no puede ser tan incruento como para cebarse de este modo tan dramático conmigo, y no tiene ni una sola razón para hacerme este desagravio, esta mala jugada, así que sería conveniente que el destino revisara si hay algo que está haciendo mal, o si ha tenido un error reparable, porque no acepto que esto me esté sucediendo a mí que no merezco tamaño despropósito.
Es un lamento que he manifestado en varias ocasiones, desde el ruego recatado hasta la exigencia violenta, porque creo que se está cometiendo con nosotros una injusticia que se debe enmendar. Urgentemente. Antes de que suba al cielo a buscar venganza, antes de que me vuelva ciego de incomprensión, antes de que la locura secuestre mi cordura, antes de que se me enfríe el corazón.
Fíjate, querida Nuria, que pienso, que quiero pensar, que en algún momento me despertaré de este mal sueño y te encontraré a mi lado, acariciándome, o desparramada en mi regazo, como has estado en tantas ocasiones, y reiniciaré, como si no hubiera pasado nada, la agradable convivencia en tu diminuta compañía.
A veces acepto que esto es verdad, que nos está pasando, y que no hay reparación posible. Supongo que será bueno para mí que no me siga oponiendo a la verdad, a lo inevitable, y que utilice mis energías para sobrellevarlo, y mi ánimo para sacarme adelante, y mis recuerdos para traer otra vez a la vida las cosas buenas que hemos vivido juntos y que nadie, salvo el olvido, nos podrá robar.
He decidido que te recordaré siempre riendo, aunque a veces también lloras.
La música de ese llanto de mimos será el sonido de mis lágrimas silenciosas.
Crecerás lejos de mis besos y mis caricias, sin una riña leve seguida de un te quiero, sin tener cerca mis oídos para depositar tus pequeñas quejas y tus infantiles lamentos, y las yemas de mis dedos no podrán volver a acariciar tus lágrimas tiernas.
Nos vamos a perder muchas cosas.
En el libro de nuestras vidas quedarán hojas en blanco.
Te quiero,