El ciego se disculpó con una voz cansada:
perdone, dijo por enésima vez.
Perdone si no le veo.
Perdone si le empujo sin querer.
Perdone si cree que le estorbo.
Aquel ciego reciente,
desacostumbrado,
novato en el mundo excluyente de los ojos muertos,
inocentemente torpe,
dijo perdone.
Una mirada sin compasión
le recorrió con disimulado desprecio.
No le perdonó.
Era uno que podía ver
a pesar de su desgracia
de tener un corazón ciego.
Francisco de Sales