Llorar para llorar

Se llevó la mano a la mejilla

inconscientemente

porque le pareció que una lágrima

acababa de brotar.

Se sorprendió al retirar la mano húmeda.

Nunca antes

una lágrima se había sublevado

como esa,

fugándose a destiempo

y sin un motivo razonable.

Se alegró,

y celebró con un llanto tempestuoso

el regreso de las emociones:

llorar ante la visión

de aquella niña jugando

le confirmó que seguía vivo

y acababa la sequía en su corazón.

Francisco de Sales

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