Me despierta el fragor de una tormenta lejana.
Poco después,
son los ruidos de la lluvia lo que percibo.
La consciencia trata de abrirse paso
en una maraña de sueños
que no terminan de deshacerse.
Tormenta.
Lluvia.
Yo.
Estoy aquí.
Pienso.
Otro día.
Otra rutina.
Hoy soy igual que ayer.
Hoy me siento como ayer,
pero acabo de gastar un día del futuro.
Me doy cuenta
de que persisto en el pensamiento negativo,
y me vaticino un día difícil,
de esos que abren las puertas de par en par
a la depresión.
Ya sé que la vida se vive hacia atrás,
pero no estoy de acuerdo.
Más quisiera ser la primera excepción.
El primer hombre interminable
instalado en una juventud inmarchitable,
la cabeza funcionando bien,
el cuerpo perfecto y sin achaques.
Vivo.
Maravillosamente vivo.
Persiste la lluvia.
Llueve melancolía y tristeza.
El gris de las nubes se contagia:
mi presente parece que se empeña en ser gris oscuro,
mientras mi futuro,
más realista,
se identifica más con el negro.
Es un arco iris muy limitado.
Lluvia, tristeza, irreflexiones presuntuosas,
melancolía, desvaríos…
qué manera de perder el tiempo.
Y qué bueno es no pensar,
a veces.
Y si no se escriben los pensamientos, mejor.
Francisco de Sales